Empiezo mi día laboral como de costumbre, tengo una reunión y sé que esperar de ella, estoy tranquila porque terminé lo que me había comprometido a entregar y ya estoy mentalizada en lo que voy a tener que hacer después. Inicia la reunión y nos anuncian un cambio de planes, las cosas no van a ser como yo esperaba, se habla sobre algo que no conozco muy bien, es probable que tenga que aprender algo nuevo, no estoy segura de cuanto tiempo me tome y se establece plazo de entrega para el final de la jornada. Empiezo a apretar los dientes y sueno dubitativa cuando hablo. Termina la reunión y suspiro. Me doy cuenta de que empecé a aguantar mi respiración, a respirar irregularmente. Suena mi celular y es mi mamá llamándome para pedirme un favor, “si lo puedes hacer hoy… o cuando puedas nomás”. Respiro profundo apretando los dientes. Me tengo que concentrar para responderle con tranquilidad porque el impulso de mandarla a la China es muy fuerte pero claramente injustificado.
De esta manera, en cuestión de minutos, mi nivel de estrés escaló considerablemente y apenas había empezado mi día. Lo único que me falta es que mi carro tenga algún problema y me surja un gasto imprevisto, ahí cerraríamos el paquete premium de estrés moderno.
Antes de que los humanos nos civilizáramos, los niveles de cortisol (hormona del estrés) solo se disparaban en situaciones de vida o muerte, donde teníamos que sobrevivir a situaciones salvajes, como que nos estuviera persiguiendo un puma, y estos mismos niveles cortisol se regulaban solos por el ejercicio físico que hacíamos al correr (del puma). Cuando eso era necesario entrar en un estado de estrés para que todas las funciones de nuestro cuerpo se concentraran en salir de esa situación.
Ahora, en el mundo moderno y civilizado, nos estresamos desde la comodidad de nuestras oficinas (o nuestras casas si hacemos home office) y con tan solo conversaciones que están muy lejos de ser amenazas de muerte.
Pero entonces, ¿por qué sucede esto?
Las personas nos estresamos cuando nos toca hacer algo difícil, cuando algo no se realiza según lo planeado o no avanza hacia el resultado esperado, en general, frente a la incertidumbre.
En mi caso, la situación del trabajo, me muestra las inseguridades que tengo sobre mi capacidad, mi miedo al fracaso, lo que pienso que las personas esperan de mi, el miedo a que mi honor o mi orgullo se vean afectados. Hasta ese punto ya me surgieron un montón de pensamientos y mientras lidiaba con ellos me vino una nueva carga sorpresa que en realidad solo por las circunstancias yo la tomé como carga. Sumémosle un imprevisto más que se meta con mi bolsillo y ya me ahogo en un mar de pensamientos negativos, los que probablemente me lleven a tomar un montón de decisiones equivocadas de las que me voy a arrepentir más tarde.
Dependiendo de la persona, una misma situación puede producirle más o menos estrés, tu mismo puedes pensar en lo que más te estresa y tal vez yo no lo entienda.
En realidad, todo esto es simplemente nuestra mente, nuestro mundo mental. El estrés del ser humano existe en su propia mente y se manifiesta cuando uno no puede aceptar algo. La incertidumbre nos hace sentir que no tenemos las cosas bajo control y eso no le gusta a la mente humana estrecha e insegura.
Para empezar a desestresarnos mínimamente tenemos que respirar profundo, devolverle a nuestro cuerpo todo el oxígeno que necesita, esto puede que funcione pero no en tanta profundidad. Otra forma de desestresarnos es hacer ejercicio. Y me dirán, “Ya, ¿me paro ahí mismo y me pongo a trotar en la cinta? ”. Claramente no siempre se tiene esa opción y además, es solo para distraernos un rato, al final la situación seguirá ahí y tendremos que enfrentarla.
Para realmente dominar estas situaciones debemos tener control sobre nuestra mente. Para tener control sobre nuestra mente tenemos que conocernos, saber porque una u otra situación me incomoda y finalmente tenemos que liberarnos de dicha situación, deshacer ese nudo.
Todo esto yo lo aprendí y lo logré luego de inscribirme a un centro de meditación de mi ciudad, donde medité específicamente con un método para desechar y limpiar la mente. Y así, al incluir la meditación en mi vida cotidiana, gradualmente logré deshacer todos los nudos que existían en mi mente.
Por ejemplo, gracias a la meditación puedo, primero que nada, aceptar que mi día no va a ser como yo lo esperaba, que podría tener nuevos desafíos pero que esto no significa que voy a fracasar. Puedo tomar las situaciones con mente positiva. Por haber desechado mis miedos e inseguridades ya no me surgen pensamiento negativos, por lo que logro mantenerme con la mente clara y abordar cada situación con paciencia. Esto es, básicamente, dejar de ser esclava de mi mente.
Yo diría que meditar me permite mantener mis prioridades en orden, decidir con sabiduría en qué voy a invertir mi tiempo y energía, y en qué cosas no vale la pena ocuparme, y esto, a la larga, me lleva a vivir una vida más sana (sin estrés) y feliz.
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