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Sanando a mi niño interior

¿Has oído hablar de tu niña o niño interior?


Se habla de que vive en el interior de cada persona y está aquí en el presente, con las mismas carencias que tuvo cuando pequeño. Ya sean económicas, emocionales o afectivas, esa niña o niño sigue aquí y solo creció en tamaño, en experiencias vividas, sumó algunas arrugas, se vistió con otras ropas y se puso un escudo conformado por cientos de etiquetas de lo que es en la actualidad. En mi caso, una mujer, independiente, trabajadora, hija, hermana, tía, amiga, con responsabilidades, cierta profesión, con cosas que le gustan, cosas que no acepta, conocimientos y creencias.



Para poner en contexto mi experiencia personal, el encuentro con mi niña interior se dio hace años atrás cuando comencé con terapias psicológicas, buscando respuestas al vacío interno y sufrimiento que sentía. En esa etapa de mi vida se suponía que todo iba bien, con un buen trabajo y desarrollo profesional, rodeada de amigos y del amor de mi pareja. Por dentro, todo se derrumbaba y no sabía el por qué.


La terapia psicológica me ayudó a “desenredar el ovillo de lana” en el que se había vuelto mi vida y a comenzar a mirar los acontecimientos. Al ir desenredando mi sentir, pude saber que la mayor parte de las heridas emocionales que acarreamos de adultos, sino es que todas, tienen su origen en la niñez, en lo que vivimos y cómo, desde la perspectiva de un niño, esto se fue almacenando. Aunque no sean acontecimientos particularmente difíciles, o sí, vistos desde la mente de un niño todo tiene otra dimensión e importancia. Podemos definir al niño interior entonces como las memorias almacenadas dentro de nuestra mente y nuestro cuerpo, que conforman un lente desde el cual miramos el mundo adulto al crecer. Aunque mi formación no tiene nada que ver con la psicología, este tema me fascinó y empecé a estudiar acerca de él, ya no solo para sanarme, sino como una base para entender el comportamiento humano.


Carl Jung fue quien primero acuñó el concepto del “motivo del niño” o del “arquetipo infantil” en 1914 en su obra fundamental sobre los Arquetipos, y luego en 1940 en su artículo Psicología del Arquetipo Infantil, se refirió al “motivo del niño” como una representación de ciertos aspectos olvidados de nuestra infancia. Desde ahí en adelante se ha ido profundizando y aplicando el concepto del niño interior, con el objetivo de reconectarse con esas vivencias mediante la terapia, para poder sanarlas, aceptarlas y así vivir una vida más plena.


El ser humano, desde que nace, tiene una tendencia innata a buscar proximidad y contacto físico con alguna persona que lo cuide. En la Teoría del Apego, desarrollada por el psicólogo británico John Bowlby (1969-1980) esta persona es llamada “figura de apego”, que usualmente es la madre, el padre o un cuidador directo. Y esto no tiene que ver con amor, sino que es algo instaurado en el cerebro humano para sobrevivir como especie: buscar protección, alimentación y cuidado en un otro es la única forma de vivir, ya que a diferencia de otros seres vivos, el humano es totalmente dependiente por varios años. La calidad del apego influye en el desarrollo de los circuitos cerebrales ya que hay varias estructuras del cerebro involucradas, como la amígdala, el hipocampo, la corteza prefrontal, entre otros.


Como el ser humano es una cámara fotográfica que graba continuamente todo lo que sucede a su alrededor, un niño pequeño grabará sus primeros años según su propia sensibilidad y subjetividad, junto con sentimientos de estrés, miedo, preocupación, sentimiento de abandono, rechazo, etc. Ahí en los primeros años de nuestra infancia es cuando se forman nuestras creencias fundamentales, nuestra forma de vincularnos con el otro y la capacidad de regular nuestros estados emocionales. Es una programación mental que nos acompañará el resto de la vida.



En mi caso, por ejemplo, muchos de los problemas con mi pareja comenzaban del pensamiento de no sentirme lo suficientemente querida, de buscar constantemente la seguridad y confirmación de que todo estaba bien, de verme amenazada constantemente por las personas a mi alrededor, que podían quitarme ese “lugar especial” que yo tenía para esa persona. Esto según la psicología surge de un apego inseguro formado cuando niña, donde la disponibilidad de amor de mis padres hacia mí, según mi punto de vista de niña, no era total. Creé un patrón de vinculación denominado “ansioso”, en el cual se genera un constante estrés al estar inconscientemente chequeando si el lazo existe, si aún soy amada, equivalente en el cerebro primitivo a “si aún puedo seguir viva”. En este caso el sistema nervioso, en forma instintiva y automática, activa una reacción de lucha ante la percepción de peligro o amenaza, que en un adulto se traduce en sensación de abandono, de poca valoración o de invisibilidad.


Por otro lado también existe el “apego evitativo”, el cual también responde a una estrategia de protección automática del cerebro, ante la percepción de un peligro o amenaza, que en el caso de un adulto se asocia a la sensación de juicio, rechazo e insuficiencia. Esto hace que la persona se aísle en su interior, desconectándose de los demás, haciéndolas parecer insensibles.

Toda esta información neurobiológica me sirvió mucho para entender cómo me comportaba con mis cercanos, las reacciones automáticas y defensivas que tenía, que lastimaban a mis seres queridos. Mi perfeccionismo, que nacía del miedo a equivocarme, a decepcionar, a sentirme menos, a perder valoración y por ende, el amor del otro. La terapia me llevaba a entender este patrón cerebral aprendido y grabado, a mirar a mi niña interior para comprenderla, abrazarla, amarla, de modo de no seguir repitiendo las conductas, sino que a mirarla ahora desde mi postura de adulta. Me llevaba a sanarla, con herramientas como la autorregulación, la respiración, enfocarse en el presente, o ser selectiva con las personas con quien vincularme.


Toda la teoría y las herramientas aprendidas funcionaron hasta cierto punto, ya que en mi interior aún seguían las raíces de mis carencias, que no desaparecían solo con respirar, o con estar consciente de los patrones o de haberme alejado de ciertas personas. Era como si todo hubiese decantado dentro de mi mente, dejando en el fondo todas las memorias de la niñez, tapándolas para que no me molestaran y poder continuar con mi vida. Pero ante cualquier estímulo que despertara estas memorias, como sentirme menos querida por alguien, todo se detonaba nuevamente y era muy difícil cambiar mis respuestas automáticas de miedo, ansiedad, exigencias.


Cuando conocí la meditación aprendí que absolutamente todo lo que uno vive, desde que nace, va quedando grabado en el cerebro, en la mente, y así una persona sigue grabando hasta que deja de vivir, mirando constantemente al mundo a través de esta grabación. Me explicaron un detalle nuevo, que nunca había escuchado, y que es la diferencia fundamental de esta meditación con cualquier otra corriente, filosofía, religión o terapia existente: que toda esta grabación, estas fotos, realmente no existen, pero que al seguir constantemente mirando desde mi mente, desde mi propia perspectiva que es mi película mental, uno piensa y puede jurar que lo que está viviendo ahora, y también lo que vivió, es real. La grabación mental, tal como una película, es falsa y por ende puede ser eliminada. Aprendí que es posible salirse de ese mundo mental construido y así ver el mundo tal cual es.

Siguiendo paso a paso el método, desechando nivel a nivel las raíces de mis apegos, de mis miedos, de mi orgullo, de mi inferioridad, pude comprobar por mí misma que todo era falso ya que se desechaba. Tal como recordar lo que hiciste ayer, o recordar el sabor de un limón, uno puede evocarlo, pero es inexistente en la realidad. Lo mismo es con todo lo que grabó ese niño interior, ese joven interior o ese adulto. La meditación no solo me permitió sanar a mi niña interior, sino que comprender que no existe en la realidad y como solución definitiva, puede ser eliminada por completo.

Como consecuencia, mis relaciones personales se volvieron más equilibradas, inclusive con mis amigos y mi familia. Ya no estaba más esa yo que exigía y demandaba amor o atención y que hacía todo lo posible por ganárselo ante cualquier persona que fuese una figura importante para mí.

Al limpiar la mente y desechar lo falso, también el cuerpo recibe los beneficios. Es bien sabido que al meditar se dan cambios en la actividad eléctrica de las neuronas y se produce incremento de las ondas alfa y theta, con lo que el cerebro entra en un estado de relajación y calma. El cerebro estresado de una persona que aprendió desde pequeña a estar en alerta, puede ser modificado.

Puede sonar fuerte expresarlo así, pero soy feliz ahora que he matado a esa niña interior, que no es más que las memorias almacenadas y que son falsas.

Hay mucha literatura relativa a cuidar o de abrazar al niño interior. Pero nada es tan liberador como desecharlo. Con el método de meditación cualquiera puede lograrlo, y no es necesario haber adquirido conocimientos psicológicos. Estos me ayudaron en un principio a entenderme, pero este método realmente está en otro nivel. Si deseas sanarte, verdaderamente, ¡la meditación es la solución!


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